jueves, 5 de enero de 2012

UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE.

La vida es algo compleja y a menudo difícil de entender. Cuando eres joven, crees que te falta tiempo para todo y quieres correr antes de andar. Luego cuando vas creciendo te vas dando cuenta que hay tiempo de sobra para realizar todos y cada uno de los proyectos con los que soñamos y que nunca es tarde para iniciar cualquier andadura.

Pero a la vez, sobre todo cuando tienes hijos, la vida pasa muy deprisa. Los hijos comienzan a crecer y casi sin darte cuenta demandan libertad para poder ir volando del nido. Es “ley de vida” solemos decir.

El pasado día 31 de Diciembre del pasado año 2011, como casi todos los años, cumplí con la tradición de todos los que amamos el atletismo, participar en la San Silvestre Toledana. Más de 3000 deportistas apiñados en la línea de salida para acometer, con más o menos esfuerzo, los más de 8 kilómetros por las preciosas calles de Toledo. En mis piernas llevo ya algunas carreras terminadas. El deporte es algo que ocupa un lugar muy importante en mi vida, y desde que soy padre e intentado inculcar esta pasión en mis hijos. Creo que lo he conseguido y por ello estoy orgulloso.

Esta última San Silvestre ha sido muy especial para mí. El día 31 alrededor de las 6 de la tarde, me encontraba en la salida de tan maravilloso evento. Rodeado de más de 3000 atletas y a mi lado, junto a mí, con los nervios normales de quien se estrena en una carrera de este tipo se encontraba mi hija mayor, Lucía. Mi niña (bueno, lo de niña es un decir), está a punto de cumplir 17 años, y como ya he dicho en líneas anteriores, he logrado inyectarle el sano veneno del deporte. A menudo entrenamos juntos, y tengo que confesar, que más de una vez que salgo a entrenar es por ella, porque últimamente estoy bastante perezoso.

Esta San Silvestre la hemos preparado a conciencia. Largas tardes de entreno, luchando contra las condiciones meteorológicas, a veces duras, pero todo ello lo compensábamos, con la ilusión de participar juntos en esta carrera.

Se acerca el día y Lucía cada vez más nerviosa. A primera hora de la mañana, ya está preparando la mochila con todo lo necesario para la carrera. No para de preguntarme detalles. No quiere que se le escape nada.

Comemos pronto. Por supuesto pasta, lo típico. Llega la hora y nos vamos hacia la Ciudad Imperial. Según nos acercamos se empieza a respirar el ambiente. Gran cantidad de corredores ultiman los últimos preparativos. Sólo nos falta acercarnos a retirar el chip. Para Lucía todo esto es nuevo y su cara refleja la curiosidad de quien va a probar algo nuevo.

Una vez colocado el chip y puestas las prendas que vamos a utilizar en la carrera, comenzamos a calentar. Un trote suave. Simplemente estirar un poco. Nos vamos juntando todos los compañeros de la Asociación Atlética de Torrijos. Somos bastantes. Nos saludamos y todos juntos nos hacemos la foto de grupo. Son recuerdos que a mí me gusta guardar y recordar.

Llega la hora. Son las 6 de la tarde. Lucía y yo nos incorporamos a la masa de atletas en la zona de salida. Miro la cara de mi hija. Noto que está nerviosa. Intento tranquilizarla. Suenan las palmas de la gente. Y comienza la carrera.

Los primeros kilómetros son fáciles, bajadas, llanos, y alguna cuesta suave. Hay gran cantidad de público animando a los corredores. Esto te da fuerzas extras.

Comento con Lucía como va. Está ilusionada, los nervios se le han pasado. Cuando se quiere dar cuenta, llegamos al kilómetro 5. Durante todo el recorrido no falta público que con sus palmas y gritos, adornan el evento.

Llegan las primeras cuestas duras, muy duras. Aflojamos el ritmo. Y poco a poco vamos subiendo. Al llegar a la primera cima, Lucía está algo cansada. Le comento que relaje, viene una bajada.

Van pasando los minutos y nos vamos acercando a la meta. Ya queda poco. Lucía coge moral y aumenta el ritmo. Oímos la batucada que todos los años nos anima a los pocos metros de la llegada.

¡Vamos Lucía, ya estamos llegando, ánimo!

Lucía acelera y entramos a meta sprintando. Hemos terminado.

Nada más cruzar la línea de meta me fundo en un emotivo abrazo con mi hija, y tengo que confesar que me emocioné. Es muy bonito compartir con una de las personas que más quieres en este mundo, esta carrera. Durante el trayecto miraba de reojo a mi hija y me sentía enormemente orgulloso y recordaba que no hacía tanto era una renacuaja que junto a su madre y hermano venían a animarme a las carreras, hoy ella está siendo partícipe de una de ellas.

Ha sido un día que jamás olvidaré.